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Foto del escritorPOKLONKA

Colina de Mamáev Kurgán y la Madre Patria

Honor a ti por lo que el aire trae,

lo que se ha de cantar y lo cantado,

honor para tus madres y tus hijos

y tus nietos, Stalingrado

Pablo Neruda, febrero de 1943


A orillas del majestuoso Volga, en el centro de Volgogrado, ciudad que anteriormente se llamaba Stalingrado, se encuentra una elevación que pasó a la historia bajo un nombre extraño: la colina de Mamáev Kurgán. Se alza sobre ella el monumento “¡Te llama la Madre Patria!”, asombroso por sus dimensiones y considerado el símbolo de la Victoria del pueblo soviético sobre el fascismo, un homenaje a la lealtad a su país, espíritu independentista y voluntad de sacrificarse por la libertad de su nación. Aquí tuvo lugar el enfrentamiento bélico más sangriento de la historia contra el agresor nazi que pretendía dominar el mundo entero.

Stalingrado significó un giro radical en el curso de la II Guerra Mundial, porque por primera vez en sus campañas militares se rindió todo un ejército alemán en una ciudad completamente arrasada por él.

Después de esta batalla la mayor parte de los altos mandos de la Wehrmacht entendió que los nazis nunca podrían subyugar al pueblo soviético y que había comenzado el fin del fascismo alemán.

En 2008, de acuerdo con los resultados de la votación universal, el complejo conmemorativo Mamáev Kurgán, el que anteriormente había recibido el nombre de la Colina de la Gloria, con pleno derecho obtuvo el reconocimiento como una de las “Siete Maravillas de Rusia”.

Lamentablemente, hasta la fecha no se han encontrado documentos históricos que expliquen de forma fehaciente por qué este lugar, una cota de 102,0 m de altura –que así es como lo destacaron los altos mandos en los mapas militares de la época- lleva el nombre que lo dio a conocer en todo el mundo. Muchos lugareños están seguros de que fue por el emplazamiento de la atalaya de Mamay Kan, poderoso jefe militar de la Horda Azul, situado en las estepas del sur de Ucrania y la Península de Crimea. Sin embargo, los historiadores rechazan esta versión por falta de pruebas que la sustenten. Antes de la Guerra, los habitantes de Stalingrado la llamaban “túmulo”, palabra que traducida al tártaro suena parecida a “mamay”. Hay una hipótesis interesante que escasamente suscitaba interés por parte de los científicos y habitantes de la ciudad antes de la Batalla de Stalingrado: la palabra “mamay”, traducida del antiguo tibetano significa literalmente “madre del mundo”. La verdad es que ninguna de las versiones existentes es suficientemente fidedigna como para tomarla por única posible, aunque no sobra mencionar otro dato curioso. Numerosos investigadores, seriamente dedicados al estudio de fenómenos paranormales, afirman que subyace a la colina una fractura geológica, o el así llamado punto clave del planeta. Accionando sobre él, puede provocar una gran cantidad de desastres naturales en toda Rusia. Posiblemente, eso era lo que buscaban las tropas alemanas. Lo confirma un hallazgo peculiar: en la colina se encontró una sortija con la imagen de calavera humana que podían usar exclusivamente los miembros de la sociedad esotérica Ahnenerbe, creada en apoyo de la ideología del nazismo.

La Batalla de Stalingrado duró exactamente 200 días. La cota 102,0 tenía mucha importancia estratégica: desde allí se podía cubrir con fuego el centro urbano, por lo tanto, durante 135 días la colina fue tomada varias veces o bien por los soldados de la Wehrmacht, o bien por las divisiones del Ejército Rojo. La colina misma estaba constantemente abierta al cañoneo, lo cual descartaba toda posibilidad de sobrevivir estando en ella. Diariamente caían sobre ella más de 1200 esquirlas de proyectiles y cerca de 600 balas por metro cuadrado. No había donde esconderse: en la colina, igual que en toda la ciudad, había miles de cadáveres tirados en la tierra. En una fosa común sobre la colina fueron enterrados casi 35.000 soldados soviéticos. Naturalmente, en seguida después del cese de la enconada lucha, el alto mando del Ejército Rojo tomó la decisión de inmortalizar la memoria de los caídos en la Batalla, próceres de la Victoria en la II Guerra Mundial.

Se presentaron muchos y muy variados diseños del futuro complejo conmemorativo. Finalmente, para dirigir la obra fue designado el arquitecto Eugenio Vuchétich. En 1959 se dio inicio a la construcción a gran escala.

Invitamos a nuestros lectores a recorrer el complejo conmemorativo levantado en honor a los heroicos defensores de la ciudad y de su tierra. Podrán ver una compilación de fotos de varias visitas a la colina de Mamáev Kurgán, tomadas de día y noche, los festivos y entre semana.

Pasarán años y décadas, llegarán a reemplazarnos nuevas generaciones. Y a pesar del inexorable paso del tiempo, invariablemente estarán visitando el grandioso Monumento a la Victoria los nietos y bisnietos de los héroes de la II Guerra Mundial. Traerán a sus hijos y ofrendas florales. En este lugar pensarán en el pasado y soñarán con el futuro, recordando a los soldados soviéticos que perecieron defendiendo la eterna llama de la vida.

En la cota “102,0” se decidía el destino de Rusia y el final de II Guerra Mundial. Las tropas enemigas se la tomaron ocho veces, y las ocho veces el Ejército Rojo las arrojó de la posición de tanta importancia estratégica. Aquí se libró la batalla más cruenta de la historia universal. Las fosas comunes guardan los restos de 34 mil soldados y oficiales soviéticos que combatieron a los fascistas hasta la última gota de sangre.

Hace medio siglo se levantó aquí el complejo conmemorativo “A los héroes de la Batalla de Stalingrado”. Sitio clave que simboliza la Gran Victoria, se encuentra en la parte central de la ciudad. Hay muchas cosas que ver y conocer aquí: la escultura central, la Madre Patria, más conocida popularmente como “Te llama la Madre Patria”, que mide el doble de la estatua de la Libertad de Nueva York (85 metros contra 46).

La Plaza de Entrada. Si nos ponemos de espaldas al Volga y de cara hacia la colina –los nazis atacaban en esta dirección-, tendremos que subir 200 escalones de granito, cuyo número no es casual: corresponde a los 200 días y noches de feroces combates cuerpo a cuerpo. El primer tramo de escalones conduce a la Alameda.


Desde la Alameda se ve abajo un ferrocarril; así, todo turista de los Urales o Siberia, en su trayecto hacia el mar Negro, sin falta alcanza a visualizar la Madre Patria, siempre engalanada el 9 de mayo con decenas de banderas rojas que impregnan el ambiente de solemnidad excepcional.

Subiendo otros 6 metros por la escalera de tres tramos, llegamos a la legendaria Plaza de los “Combatientes a muerte”. La cara esculpida del soldado con metralleta en una mano y granada en la otra es el retrato escultórico del mariscal Chuikov, comandante del 62º Ejército quien dirigió la defensa de Stalingrado.

Nuestro recorrido continúa por los escalones de granito hacia arriba, hacia el cielo. A los dos lados de la escalinata se alzan los ingentes muros en ruinas con bajorrelieves que representan a los defensores de la ciudad. Día y noche, llueva, nieve o haga sol, los potentes altavoces reproducen las crónicas de los tiempos de guerra: partes militares interrumpidos por ráfagas de ametralladoras y fuerte bramido de motores aéreos; de tanto en tanto suenan las canciones de aquella época.

… en cercanías de Stalingrado continúa una lucha enconada, nuestro ejército repele numerosos ataques del enemigo …

¡Es impresionante!



Plaza de los Héroes, con seis grupos escultóricos Ocupa la mayor parte del área una piscina rectangular con bordes revestidos de granito. Los visitantes, normalmente, se portan con mucha dignidad, se cuidan de perturbar el eterno sueño de los caídos y respetan su memoria.

A mano derecha de la piscina se levantan seis suntuosos complejos escultóricos dedicados a los valerosos combatientes. Su efecto es el contraste entre las figuras caídas y las que están de pie. Un soldado abatido; en su lugar, un marinero, con el último atado de granadas, se lanza a enfrentar a los nazis. El portaestandarte muere, pero otro combatiente toma la bandera y la alza en alto. La enfermera con un soldado herido sobre sus hombros. Más y más guerreros. ¡Ni un paso atrás! La sexta escultura es la más simbólica: los soldados del Ejército Rojo aplastan y botan la hidra del fascismo al vertedero de la historia.









En este lugar reina un silencio sorprendente. El agua refleja el cielo, no hace viento; sólo se siente el murmullo de abedules, árbol emblemático de Rusia.

En más de una ocasión el enemigo, poseído de miedo supersticioso, se preguntó: ¿eran mortales los soldados que incesantemente los venían atacando? No tienen fin los episodios de arrojo y sacrificio en el combate.

En el borde de la Plaza se levanta un muro con bajorrelieve: el victorioso Ejército Rojo, un ejército de acero, tiene a sus pies la multitud de alemanes presos. ¿Los nazis querían llegar al Volga? Pues, les dieron esta oportunidad.


El siguiente paso nos lleva al subterráneo, a la Sala de la Gloria Militar. Guardia de honor. Una mano que sostiene la antorcha de la Llama Eterna … Cubren las paredes del panteón, desde el piso hasta el techo, treinta y cuatro enormes paneles en mosaico. En cada uno de ellos, en dos columnas, están los nombres de los soldados que perecieron en la Batalla. La lista parece infinita, en todas partes nombres, nombres y más nombres. En el techo, las constelaciones de estrellas, son condecoraciones militares. “No olvidaremos a nadie, no olvidamos nada”.




Una cenefa que va a lo largo del techo de la Sala de la Gloria, que es la Banda de la Guardia, tiene escritas estas palabras: “Éramos simples mortales, y muy pocos de nosotros sobrevivieron; pero todos cumplimos nuestro deber patriótico ante la sagrada Madre Patria”.

La colina de Mamáev Kurgán es uno de los lugares en Rusia con permanente Guardia de Honor, una de ellas, al lado de la Llama Eterna, y la otra, a la salida del Panteón. Sus miembros responden a los requisitos de la más alta categoría, por su porte y presencia militar. El relevo de guardia siempre causa mucha admiración a los visitantes: los soldados marchan por la colina marcando paso con firmeza.


Lamentablemente, no se ha podido establecer la hora exacta y frecuencia del relevo; al parecer, son unos 40 minutos. Por lo general, durante la excursión, que dura de dos a tres horas como mínimo, se puede observar en más de una ocasión esta ceremonia solemne y cautivadora.

Subiendo por la rampa en espiral, abandonamos la Sala de la Gloria Militar y llegamos a otro nivel, la Plaza del Dolor. El aire está cargado de mucha tristeza: un estanque quieto, sauces llorones. La figura de una madre que sostiene en sus brazos a su hijo caído transmite todo el dolor que sufrió el pueblo soviético durante la guerra contra el fascismo. En la parte delantera de la Plaza del Dolor, con magnífica vista sobre los niveles inferiores de la colina, reposan los restos del mariscal Vasili Chuikov, el único de los altos mandos soviéticos que legó no enterrarlo en Moscú, sino en una fosa común, junto a sus soldados, y en la ciudad que habían defendido. En la Plaza del Dolor los visitantes, viendo las figuras del complejo, llegan a entender que el heroísmo de los soldados rusos nunca será olvidado.




Por una alameda serpenteante subimos hacia la escultura de la Madre Patria, resplandeciente a la luz del sol. En los prados verdes yace una larga fila de lápidas de granito, son fosas comunes de soldados soviéticos. ¡Gloria eterna a los Héroes de la URSS, sargento Nurkén Abdírov, capitán Mijaíl Baránov, a miles de otros combatientes!


Nos estamos acercando…



Esta lápida es el testimonio de una tragedia: apenas tenía 18 años …


Caminamos un poco más a mano izquierda y –ya estamos en la cima de la colina, que es el centro del complejo. Se alza aquí la gigantesca figura de la Madre Patria, una interpretación contemporánea de la diosa griega de la victoria Niké que invoca a sus hijos a levantarse en su defensa, repeler al enemigo y continuar la ofensiva.

Es una de las siete maravillas de Rusia: 5.500 toneladas de concreto y 2.400 toneladas de estructuras metálicas que descansan sobre una base de 16 metros, enterrada en la cima. La base y los soportes pesan 16.000 toneladas, y el volumen de tierra removida para instalar la inmensa escultura se estimó en un millón de metros cúbicos.


El grosor de su armazón de hormigón armado no supera 25-30 cm; la carcasa es una complicada estructura de acero, soldada de células con dimensiones de 3x3x4 metros; 99 cables de acero aseguran su rigidez.

La altura es de 52 m más la espada, de 33 metros de longitud y peso de 14 toneladas; inicialmente, era una carcasa de acero revestida de láminas de titanio, pero, alzada en alto, como una vela, se movía mucho al viento, y la excesiva tensión mecánica causaba deformaciones en la estructura y desagradable crujido por el roce de láminas. Por lo tanto, en 1972, el filo de la espada fue reemplazado por uno enterizo, de una sola pieza de acero que, además, era más corto –de 28m-, con orificios y amortiguador de oscilaciones a causa del viento.

Por cierto, los historiadores aseguran que en el siglo V a.C. los temibles guerreros escitas realizaban aquí sus rituales. Uno de sus caudillos clavó en el centro de la elevación la espada sagrada de su pueblo. Es sorprendente, pero la espada de la Madre Patria es idéntica a las que portaban los escitas cuando iban a combatir a sus enemigos.

Aquí, al lado de Madre Patria, tomamos conciencia de lo que significan las palabras de Alexandr Nevski: “Quien nos levante la espada, por la espada morirá”, que no es una expresión altisonante, sino la mejor manera de caracterizar al pueblo ruso, siempre dispuesto a sacrificarse por su libertad.


Por dentro, la escultura está provista de escaleras que permiten subir al tope de la figura y acceder a cualquier parte de su capacidad, incluida la cabeza, los brazos y el manto. Se puede llegar, incluso, al interior de la espada y escalar a lo largo de ella hasta su punta.


Llegamos al pie del monumento; desde aquí se puede apreciar el panorama de la ciudad, el meandro del Volga y estepas sin límite. Los que se tomaban la colina, tenían bajo su control el centro de Stalingrado y los movimientos del enemigo. Ninguna descripción de los hechos es suficientemente fidedigna para imaginar lo que ocurría aquí hace 70 años …




Mamáev Kurgán. Un día común y corriente, en invierno de 1942-43

Por lo general, hasta aquí llegan las excursiones; los visitantes, ya cansados, emprenden el camino de regreso. Sin embargo, los curiosos pueden continuar con el estudio del material bélico. Pasemos a la otra ladera de la colina y, atravesando un parque, acerquémonos a la torre de radio y televisión. ¡Qué sorpresa! La otra pendiente es suave y parece, más bien, un valle que desemboca en una estepa accidentada.

Cerca de la torre y un hotel cinco estrellas, encontrarán ustedes un sitio de interés: una exposición de vehículos de guerra. Es toda una mezcla de aviones y tanques de distintas épocas. El autor de estas líneas pudo reconocer el avión de asalto Il-2, los cazas MiG 15, 17 y el mixto 21; el impetuoso MiG 23, el Albatrós de instrucción y combate, un par de tanques T-34, los modernos vehículos de infantería, transporte blindado. En una palabra, una gran oportunidad para los aficionados a la tecnología militar.




Este lugar es realmente impactante, un camposanto militar con infinitas filas de lápidas de piedra. Y un muro de mármol negro con miles y miles de nombres.




Lástima que no sean muchos los visitantes del complejo que saben de este cementerio de combatientes. Prefieren admirar el paisaje de Volgogrado y sólo se empeñan en tomar fotos al pie del Monumento, sin dejarse atribular por los pensamientos en la fosa común, que, prácticamente, se extiende por toda la colina de Mamáev Kurgán.

Y bien, sólo nos falta desandar el mismo camino hacia el pie de la colina y despedirnos de nuestros estimados lectores. Un día después un tren bordeará la colina y llevará a los pasajeros lejos de la cota 102,0, hacia la inmensidad de las estepas en la cuenca del Volga, mientras que la colina seguirá en el mismo lugar, como la imperecedera memoria que guardan los rusos de los valientes defensores de su país.




¡La vida continúa!


Fotos y acotaciones: Oleg Kaptsov


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