Observo sus hermosos y espirituales rostros... Estoy tratando de entender. Cada una de ellas tuvo una infancia feliz, con niñeras e institutrices, maridos cariñosos e hijos enamorados de sus madres. Un paquete completo. Pero no lo necesitaban. ¡Qué cruel es este hábito de la vida el de mezclarlo todo! ¡Siempre le da a una persona no lo que realmente ella quiere! Con tan solo leer sus biografías cualquiera se pregunta: ¿qué fue lo que las obligó a actuar así? Desafiar al destino, ir en contra de la opinión de todo el mundo. Escapar de habitaciones cálidas y confortables, con cortinas pesadas y chimeneas acogedoras... Para anotar en sus diarios: “Le doy un beso en la frente a mi hijo dormido... y corro a leer a Lenin!”.
Aleksandra Kolontái pertenecía a esa pléyade de mujeres audaces y temerarias que se lanzaron a las barricadas de la revolución. Creció en el seno familiar de Domontóvich, exitoso general del Estado Mayor, y desde pequeña demostraba un carácter indomable, reacio a obedecer a los demás. Ni siquiera los padres lograban moderar a su hija: cuando, a la edad de dieciséis años, decidieron arreglar su matrimonio para ponerla “fuera de todo peligro y tentación”, Shúrochka /Sasha, Aleksandra/ se rebeló y prefirió “exiliarse” en el Cáucaso. Probablemente, sus padres esperaban que allí, en Tiflis, lejos de San Petersburgo, donde bullían ideas revolucionarias, su hija creciera y se curara de su espíritu rebelde. Sin embargo, todo resultó al revés: el aire del sur contribuyó a que se entusiasmara aun más, pues pronto conoció a una persona que compartía sus ideales, a su futuro esposo, Vladímir Kolontái. Los puntos de vista comunes unieron a los jóvenes, y ni siquiera la aparición de un hijo les desalentó el deseo de “emprender un viaje a la revolución”.
Cinco años más tarde, se separó de su marido y, dejando al hijo a su cargo, Aleksandra se dedicó a actividades sociales. En 1917 cumplió cuarenta y cinco años. Ya la consideraban una oradora, agitadora y activista clandestina experimentada. Además, a su edad, se ganó el corazón del marinero Dybenko de veintiocho años, quien se convirtió en el hombre más importante de su vida. Después de haberse dedicado a la lucha por el derecho de las mujeres a la libertad de relaciones, de repente sintió que no era ajena a la “vulgaridad burguesa”, al amor.
“¡¿Cómo puede ser?! Toda mi vida he afirmado que el amor debe ser libre de celos y humillación, y ahora ha llegado el momento en que me abruman por todos lados los mismos sentimientos contra los que siempre me rebelé. No soy capaz, no soy capaz de afrontarlos”, anotó en su diario.
Los años y la sabiduría femenina la distanciaron cada vez más de las ideas revolucionarias. Con la muerte de Lenin, se apagó la estrella fugaz de Kolontái. La única mujer ministra en el gobierno bolchevique, la primera mujer embajadora... Pasó la segunda mitad de su vida como embajadora, alejada de la gran política. En las memorias de testigos presenciales, aparece hasta el final de sus días como “una mujer fatal, no susceptible a los estragos de la vejez”. Pero se desconoce lo que pensaba Kolontái, ya siendo una mujer madura, sobre la libertad sexual, que era tan importante para ella en su juventud. Pasó a la historia como una acérrima feminista y autora de una extraña obra titulada “El amor de las abejas trabajadoras”, donde se representa vívidamente la imagen de la mujer del futuro, una abeja trabajadora: “Si en la sociedad burguesa el derecho a elegir le pertenece al hombre, mientras que las mujeres se relegan a la parte de la pasividad sexual, de ser elegidas o compradas, en la sociedad comunista este derecho se le debe conceder a la mujer. Una mujer, trabajadora libre y empoderada, elegirá a un hombre, a su propio juicio y consideración, según su primer deseo, como una abeja trabajadora”.
La luchadora por la emancipación femenina, que vivió hasta 1952, era consciente de que, contrariamente a sus enseñanzas, fue en la sociedad burguesa donde las mujeres fueron las primeras en recibir el derecho a elegir a los hombres. Por haber vivido durante muchos años en el país más feminizado del mundo -Suecia-, la diva revolucionaria lo supo mejor que nadie. No alcanzó a escribir sus memorias y nunca sabremos qué sintió al final de su vida: abandonada por todos sus amantes, perdido el contacto con su hijo, una mujer solitaria de fuerte personalidad con un destino extraordinario.
Orgullo y belleza. Es una pena que unos hombres fueran reconocidos como “el orgullo y la belleza de la revolución rusa” (así llamaba Lev Trotski a los marinos de la Flota del Báltico). Además, tan revoltosos. En realidad, el verdadero orgullo y belleza no lo fueron ellos sino ella, una mujer extraña cuya vida deslumbró a tanta gente y se apagó como un breve y luminoso destello. ¡Treinta años! ¿Qué tanto se puede lograr en treinta años cuando en aquella época ingresaban al gimnasio a los doce?
Larisa Reisner sí ha logrado mucho. Dotada de una belleza maravillosa, la joven hija de un profesor universitario amante de la libertad, sabía no sólo romper los corazones de los hombres, sino también luchar, hacer campaña política y escribir artículos. La belleza de veintidós años acogió la revolución con entusiasmo, al igual que su padre. Sólo que, a diferencia de él, ella decidió ayudar a la revolución no solo con palabras, sino también con hechos: combatió en el frente oriental y acompañó a la flotilla militar del Volga a lo largo de toda su trayectoria militar, que comenzó en Kazán en 1918. Junto con los soldados y marineros, la “comisaria” aguantaba hambre, sufría del frío y piojos. A pesar de todo, mandaba a casa cartas larguísimas desde el frente que luego fueron incluidos en el libro “El frente”. Su talento periodístico se fortaleció mientras sorteaba toda clase de peligros. En sus propias palabras, “caminó por el agua y el fuego miles de kilómetros desde el Báltico hasta la frontera persa”.
Pero en las fronteras del sur, le esperaba un destino diferente. Junto con su marido, F. Raskolnikov, partió para establecer relaciones con Afganistán. El resultado de las actividades de los jóvenes diplomáticos fue la firma de un tratado de paz entre los dos países. Sin embargo, la calidez y el hartazgo sureño no relajaron en absoluto a la “Valquiria de la Revolución”. “¿Qué estoy haciendo? Estoy escribiendo como una loca. Estoy vertiendo en papel este Afganistán”, escribió Larisa a su hermano, compartiendo con él su deseo de resumir sus impresiones del viaje al país oriental. Una vez le preguntaron cómo se imaginaba la felicidad, Larisa respondió: “Nunca vivir en un solo lugar. Lo mejor es estar siempre en una alfombra mágica”.
No es sorprendente que, con el tiempo, un marido revolucionario fuera reemplazado por otro, Karl Radek, según testigos presenciales, un intelectual encantador. Es cierto que nunca logró tener una vida familiar mesurada: a principios de los años veinte, viajó a Donbass para levantar la moral de las “abejas trabajadoras”. Ni siquiera de noche descansaba la bella revolucionaria. La cantidad de libros que escribió es asombrosa: “Carbón, hierro y gente viva” sobre Donbass, “Hamburgo en las barricadas” sobre su viaje a Hamburgo.
¿Cuántas horas tenía el día para ella? ¿O se le reveló el secreto del tiempo? De todos los enigmas, seguro que desconocía uno: el de la inmortalidad. Su muerte repentina sobrevino debido a un tonto descuido: la mujer de apenas treinta años se tomó un vaso de leche sin hervir y contrajo tifus, contra el cual incluso su amor por la vida resultó impotente... Falleció en 1926.
La imagen de la incansable Larisa inspiró a los escritores y poetas durante mucho tiempo: así se convirtió en el prototipo de la famosa comisaria roja de “La tragedia optimista”, el sofisticado Pasternak nombró a la protagonista de “Doctor Zhivago” en honor a Larisa Reisner: asombrosa, valiente y místicamente hermosa.
La musa del adalid. A pesar de su firmeza natural en los propósitos, arduo trabajo y dedicación, Nadezhda Krúpskaya se quedó en la memoria de sus descendientes como un ratoncito gris, una sombra de su marido. Sí, ella, por supuesto, hizo un gran aporte a la revolución: compartió con Lenin su exilio, copió sus escritos decodificando la difícil letra, sirvió la mesa para sus amigos cuando recibían visitas. Y aunque se puede argumentar que el “líder del proletariado mundial” simplemente no tuvo tiempo de apreciar el sacrificio de su esposa, hay evidencia de sus sentimientos genuinos por otra mujer. “Cuando caminamos detrás de su ataúd el 12 de octubre de 1920, era imposible reconocer a Lenin. Iba con los ojos cerrados y parecía a punto de caer”, recuerda Aleksandra Kolontái. La “abeja obrera” Nadezhda Konstantínovna nunca llegó a ser la musa de Lenin. Los contemporáneos atribuyeron unánimemente este papel a Inessa Armand, una bella francesa de cabello rizado y ojos risueños.
Inessa nació en Francia, en una familia de artistas, en 1874. Su vida también fue corta: sólo vivió cuarenta y seis años. ¡Pero qué interesante fue su vida! A una edad temprana, Inessa y su hermana René quedaron huérfanas. La tía que las acogió llevó a las niñas a Rusia para convivir con la familia donde ella trabajaba como institutriz. El propietario de fábricas, edificios de apartamentos y bosques, Evgueni Armand, fue tan generoso que permitió incluso que sus hijos se casaran con las chicas desafortunadas, un acto digno de respeto. Así fue como Inessa recibió el apellido Armand y al marido Aleksander. Cinco años después ya tenían cuatro hijos, lo que, sin embargo, no impidió que la camarada Inessa se uniera al movimiento revolucionario. No estaba sola en su búsqueda de ideales: la compartía el hermano de su marido, Vladímir. Era esposo de su hermana, y eso ¿qué importancia podía tener? Los amantes dejaron a sus respectivas parejas y se unieron, desafiando la opinión pública. En el ambiente revolucionario, nadie pensaba en esas “nimiedades burguesas”. Después de todo, les esperaba a todos un futuro brillante en el que nadie pertenecería a nadie. ¡Habría libertad!
En busca de la libertad, Inessa fue arrestada más de una vez y estuvo en muchas prisiones, al igual que su nuevo marido, quien murió en 1908 de tuberculosis. Su hijo común, que se quedó sin padre, fue adoptado por la familia ... de su primer esposo, para ser criado junto con cuatro hijos del primer matrimonio. Aun así, los cinco niños adoraban a su madre y esperaban con ansias sus cartas y raras visitas.
En 1909, Inessa, una hermosa viuda de treinta y cinco años, conoció a su gurú, el Maestro, a quien veneraba sin haberlo conocido personalmente. El prócer de treinta y nueve años le correspondió, pero prefirió quedarse con su calmada, abnegada y predecible esposa. Durante el resto de su vida, Inessa trabajó con ímpetu por la causa del partido y siguió siendo amiga de la familia de Vladímir Lenin. Cautivados por una idea común, estos extraños personajes supieron combinar el amor, el frenesí político y extraños enredos de relaciones...
Hacia los cuarenta y cinco años, Inessa se sentía cansada de la vida, de la incipiente tuberculosis y una relación difícil con el hombre amado. Anotó en su diario: “...Ahora soy indiferente a todos. Y lo más importante es que me aburro con casi todo el mundo. Sólo conservo un sentimiento cálido por los niños. Y por V.I. /Vladímir Illich Lenin/. En todos los demás aspectos, el corazón parece haber muerto”. Sus allegados decidieron tratar la depresión que la aquejaba en el Cáucaso. Pero no alcanzaron. Poco después de la llegada de Armand a la estación de Beslán, se envió un telegrama al Kremlin: “... No fue posible salvar a nuestra camarada Inessa Armand, se enfermó de cólera, el 24 de septiembre su cuerpo será trasladado a Moscú. Nazárov”. Sus restos tardaron tres semanas en llegar a su destino y fueron seputados con honores en la Necrópolis de la Muralla del Kremlin. Tras la muerte de Lenin, Nadezhda Krúpskaya recopiló personal y cuidadosamente en un libro todo lo relacionado con la amante de su esposo, poniendo como título “En memoria de Inessa Armand”. Y por mucho que se esfuercen los investigadores, no pueden encontrar en el libro una sola mala palabra, un solo comentario denigrante sobre la camarada Inessa.
... Algunas fiestas, nombres y eventos son cosa del pasado y han caído en el olvido. Pero las imágenes de estas mujeres no dejan de despertar mucho interés. ¿Cómo vivieron? ¿Por qué se encontraban en el epicentro de los remezones políticos completamente antifemeninos? ¿Qué buscaban en el fuego de la revolución? Y la revolución, ¿las hizo felices?
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