LOS AMANECERES SON AQUÍ APACIBLES
«¡Hola, viejo!
Mientras tú te deslomas en el trabajo, nosotros pescamos tranquilitos en este
limpio rincón. Es cierto que los malditos mosquitos nos tienen podridos, pero la
vida aquí igual es paradisíaca. Vamos, viejo, pide vacaciones y ven con nosotros.
Aquí no se ven coches ni gente. Una vez a la semana viene una lancha con pan;
el resto del tiempo puedes pasarlo desnudo. Para los turistas hay dos lagos
magníficos con percas y un riachuelo con tímalos. ¡Y la de setas que hay!...
Por cierto, hoy con la lancha ha venido un viejo canoso y fornido al que le
falta un brazo. Lo acompañaba el capitán de un regimiento de misiles.
El capitán se llama Albert Fedótich (¡figúrate!), y a su viejo lo llama
campechanamente taita. Buscaban algo aquí, pero no me metí en el asunto…
… Ayer no terminé mi carta; lo hago ahora a la mañana.
Resulta que aquí también hubo combates… Cuando nosotros aún no habíamos nacido.
Albert Fedótich y su padre trajeron una placa de mármol. Encontramos
la tumba; está al otro lado del riachuelo, en el bosque. El padre del capitán
la encontró por ciertos indicios que solo él conocía. Yo quería ayudarlos a
llevar la placa, pero no me animé
Los amaneceres son aquí apacibles, muy apacibles. Solo hoy me he dado cuenta».